¿Qué es el especismo? (David Oliver, diciembre 1992)

David Oliver es un filósofo francés miembro de la organización Les Cahiers Antispécistes. El presente artículo de David Oliver apareció en la revista CA n°5 (décembre 1992) y fue traducido del francés al español por Brigitte Gaudin.

El artículo aquí reproducido es una versión algo modificada de un texto publicado en abril de 1991 en la revista Informations et Réflexions Libertaires (IRL – Informaciones y Reflexiones Libertarias), en la sección «Antiespecismo» de la que nos encargábamos. Aunque necesaria, la argumentación racional acerca del especismo es algo frustrante, puesto que ellos, nuestros adversarios no se preocupan por buscar argumentos fundamentados, y dedican poco tiempo en examinar los nuestros. Para ellos, el especismo pasa de justificaciones racionales. Recientemente, me he encontrado en la situación de tener que decir, casi como una súplica, (además, a una anarquista): «Pero a ver, dame un solo argumento, dime por qué consideras que el sufrimiento de las gallinas en batería ha de ser un tema secundario… ». Su única respuesta fue: «Para mí, es así» (textualmente). ¿Por qué? Porque sí. El carácter evidente del especismo, el que la inmensa mayoría de los humanos pertenezcan a los opresores, es el obstáculo principal al que se enfrenta el antiespecismo.

Se trata una vez más de ponerse de parte de los que son despreciados y oprimidos, sabiendo que el desprecio recae sobre el que los defiende. Hubo una época en que el Blanco defensor de «negros» podía ser tratado como un «negro». Hoy en día, es relativamente fácil ser antirracista o antisexista en Francia, al menos en opinión; pero no siempre fue así. Actualmente, por lo menos en los ambientes izquierdistas, el antirracismo y el antisexismo son los que se han convertido en evidencias, casi en tópicos que prescinden de argumentación. La nueva derecha se ha llevado las de ganar al aparecer, por contraste, frente a un antirracismo cuya respuesta a la pregunta «¿Por qué?» era «Porque sí», como gente que piensa.

No obstante, en el mundo, y en el transcurso de la historia, es el racismo, y no el antirracismo, al igual que el especismo y el sexismo, el que es y siempre ha sido el pensamiento dominante. Las opresiones y masacres interétnicas son moneda corriente en la historia pasada y presente de todos los humanos. Si puede parecer que muchos pueblos, hoy en día, pertenecen al campo antirracista es, en primer lugar, porque ellos mismos se oponen al racismo dominante, el de la cultura occidental, que borra sus diferencias, y su cultura, por la parte más buena que tiene, y también por la peor. Sabemos perfectamente que la cultura kanake es, en su totalidad, sexista, pero, ¡silencio!, no hay que decirlo. Hay que «respetar su cultura tal como es». ¿Es acaso una prueba de respeto a la gente el no decirle nada?

Frente a la inmensa prevalencia del racismo, sexismo y especismo, no podemos limitarnos a escandalizarnos y referirnos a «evidencias», sino que tenemos que reflexionar y argumentar, sin temer apoyar a los «negros», «gachís», o perros.

Un poco de vocabulario

Especismo: el especismo es a la especie lo que el racismo es a la raza y el sexismo al sexo: es una discriminación basada en la especie, y casi siempre a favor de los miembros de la especie humana (Homo sapiens).

Animales: el lenguaje no es neutral, y nuestra lengua común llama «animales» a todos los animales excepto a los humanos, poniendo así una barrera entre seres tan próximos como un ser humano y un gorila, y considerando del mismo pelaje a un gorila y a una ostra. De acuerdo con el uso científico, ampliamente justificado, llamaré «animales» a todos los animales, humanos o no, y «animales no humanos» a los que no tienen el honor de ser «bien nacidos».

Mi postura

«Mantengo que no puede haber ningún motivo -excepto el deseo egoísta de preservar los privilegios del grupo explotador- para negarse a extender el principio fundamental de igual consideración de intereses a los miembros de otras especies.» Peter Singer, «Animal Liberation» («Liberación animal»), 1975 (1)

¿Hay que ser antiespecista? Pues, ¿hay que ser antirracista? ¿Es evidente que sí? No es evidente para todos; y no parece que todos los antirracistas sean antirracistas por los mismos motivos. Mi postura es que el antirracismo no se justifica porque (casi) todos los humanos sean igualmente inteligentes, o tengan un lenguaje articulado, o sean seres sociales, etc.; el antirracismo y el antiespecismo se justifican porque un ser sensible oprimido sufre y que el sufrimiento y la felicidad de cualquier ser sensible, es decir, capaz de sufrir o de ser feliz, tienen la misma importancia y, por consiguiente, deben ser tomados en cuenta con la misma consideración.

No soy más «defensor de los animales» que los que luchaban contra la esclavitud de los Negros eran «defensores de los Negratas», así llamados por los racistas; defiendo a los animales oprimidos, humanos o no, no por capricho, no por vocación, no porque «me gustan los animales» como a otros «les gustan las flores»; defiendo a los animales, y especialmente a los animales no humanos, porque pretendo defender a todos los seres sensibles, cualesquiera que sean; porque el único criterio que justifica el tomar en cuenta los intereses de un ser es que tenga intereses, y porque, como lo explicaré en el próximo IRL, el fenómeno de la sensibilidad se limita aparentemente a los animales, no teniendo las plantas ni sensaciones ni intereses. Mi oposición al especismo es una oposición a una ideología que sirve para justificar el sufrimiento innoble y la muerte que la cuasi totalidad de los humanos infligen a sabiendas, deliberadamente, diariamente, a miles de millones de seres tan sensibles como ellos.

Racismo y especismo

A menudo, los argumentos racistas no son más que malos pretextos, lo que no nos exime de examinarlos. No basta con denunciar a los racistas por malos, ya que, a menos que sean eliminados, será necesario poder convencerlos. Y también, en el caso del especismo, el papel de malos lo desempeñan casi todos los humanos, valiéndose de los mismos argumentos que los racistas para justificar la supremacía que se conceden a sí mismos.

El racismo y el especismo son ideologías estrechamente vinculadas y su semejanza sería evidente para todos si no fuera que, justamente, los antirracistas son en su mayoría especistas y por lo tanto les conviene no percibirla. La voluntad que tienen de combatir el racismo sin poner en peligro el especismo los conduce, cueste lo que cueste, a defender posturas indefendibles, que sin embargo presentan como esenciales para el antirracismo. Siendo impensable para ellos la idea de igualdad animal, es contra los otros animales que quieren asentar la igualdad humana.

¡Primero los españoles! ¡Primero los humanos!
Dios ha dado la superioridad a los Blancos. Dios ha dado la superioridad a los humanos.
Alimentamos y protegemos a los negros. Alimentamos y protegemos a los animales.
Los negros son menos sensibles que nosotros. Los animales no saben que sufren.
Los negros dan poco valor a la vida. Los animales no saben que los vamos a matar.
Los negros son niños grandes. Los animales actúan sólo por instinto.
Los indígenas luchan entre sí. Los animales se comen entre sí.
Todos los negros se parecen. Los animales no tienen personalidad.
¿Racista yo? Tengo un amigo árabe. Me gustan los bichos, no como caballo.
Pegar a su mujer es una elección personal. Comer carne es una elección personal.

¿Qué es el racismo?

Cuando el antirracista habla de esta igualdad humana, ¿qué quiere decir? En matemáticas, se dice «Pedro = Juan» si son dos nombres para la misma persona. No se trata de eso. Los Negros y los Blancos, generalmente, no son iguales por el color de su piel, ya que justamente es diferente. La igualdad de la que habla el antirracista se opone a la desigualdad de tratamiento de la que son víctimas algunos debido al color de su piel.

Si embargo, la expresión «desigualdad de tratamiento» es en sí misma insuficientemente clara. Si fuera médico, a veces trataría a Negros y Blancos de forma diferente: puesto que la piel negra absorbe menos los rayos solares, los Negros, en un determinado país, corren menos riesgo de contraer cáncer de piel. Constatarlo no es ser racista, como tampoco lo sería constatar, si así fuera el caso, que un determinado color de piel sólo presenta ventajas respecto a otro. El antirracismo no puede basarse en la hipótesis aventurada de una repartición equitativa de favores de la «Madre Naturaleza» entre sus «hijos», ya que este tipo de hipótesis, como veremos, no tiene porque ser cierta, y, de hecho, la mayor parte de las veces, es falsa.

En cambio, seguramente sería racista dar más o menos importancia a los intereses -a la salud, por ejemplo- de los Negros que a los de los Blancos. Sería racista decir: el color de la piel de un ser justifica que se le prive de algunas ventajas, es decir, que se le conceda menos importancia a sus intereses.

Si tal fuera la postura de los racistas, si solamente se basara en el color de la piel, sería fácil contradecirla; pero, no es así. Hace unos años, leí una historia acerca de una Blanca negra surafricana. La piel de esa señora blanca se había vuelto completamente negra a raíz de una enfermedad. ¡Una vergüenza de cara a los vecinos! Para que pudiera acceder a los autobuses para Blancos, etc., las autoridades tuvieron que entregarle una tarjeta especial certificando que, aunque fuera negra, era blanca.

Por consiguiente, para los racistas, no es el color de la piel lo que justifica la discriminación. ¿Qué es lo que justifica la discriminación en este caso? ¿Qué dice el racismo al respecto? Para poder contradecir una ideología, primero hay que decirla; y el poder de la ideología racista, sin duda, debe mucho a que nunca se dice realmente y por consiguiente tampoco se contradice del todo.

¿Qué es un Negro?

Para el racista es muy importante quedar, definitivamente, del buen lado de la frontera que él mismo delimita. La raza es un buen criterio para ello, ya que el que nace blanco, salvo excepción, sigue siendo blanco. Pero no basta con tener una frontera, sino que además la definición de esta frontera debe parecer que justifica la discriminación. El color de piel es un criterio realmente insuficiente, hay que dar sustancia, consistencia a la idea misma de raza. Un Negro debe ser negro hasta la médula. Se debe percibir la raza de un individuo como su verdad profunda, como su naturaleza. Negro o blanco, un Negro nacido de Negros debe ser un Negro. De sangre negra. El racista no justifica la discriminación por el color de la piel. Habla del color, pero en realidad lo que importa para él es la naturaleza, de la cual el color no es más que un signo.

Si el racismo se basara en diferencias reales, su intensidad sería proporcional a la intensidad de éstas; pero la violencia del antisemitismo nazi demuestra lo contrario. La práctica inexistencia de diferencias reconocibles entre Judíos y «Arios» era simplemente un signo más, el signo de la duplicidad de los Judíos. Los nazis, al hablar de la «nariz judía», no hablaban de «la forma de nariz que es más habitual encontrar entre los Judíos»; la «nariz judía» no era simplemente la nariz de los Judíos, era la nariz como signo de la esencia judía, y lo que justificaba el asesinato a los ojos de los nazis era esa misma esencia, esa naturaleza.

También se dice que el rey es rey porque lleva una corona sobre la cabeza, sabiendo que a veces no la lleva y que no es por llevar la corona que es rey; para el monárquico, el rey es rey porque es de sangre real, de naturaleza real; la corona no es más que el signo de ello.

Cualquier cosa puede ser el signo de una naturaleza y puede ser interpretado como tal. Por eso son tan frustrantes las discusiones con los racistas. Al racista no le preocupa demasiado reflexionar y argumentar de forma coherente; para él, cualquier argumento es superficial, no atañe más que a los signos, no puede alcanzar la naturaleza, ya que la naturaleza prescinde de argumentos. El racista acepta discutir de todo: del color, de la altura (los Negros son demasiado pequeños, o demasiado grandes, depende de las zonas), del acento, de la forma de la nariz; de todas maneras no le importa discutir, porque para él la naturaleza permanece.

Para el racista, la naturaleza de los seres es lo que justifica la discriminación: literalmente, lo que permite afirmar su diferencia. No necesita postular la inferioridad; entre seres de naturaleza diferente cualquier comparación es imposible. El apartheid es el desarrollo separado: cada uno en su sitio. El racista surafricano negará que los Negros sean desfavorecidos: carece de sentido, ya que su naturaleza es diferente. Las chabolas son a los Negros lo que las viviendas cómodas son a los Blancos. Por muy extraño que esto parezca, apostaría la cabeza a que los traficantes de esclavos del siglo XVIII negaban que para ellos los Negros fuesen inferiores; pues, por muy extraño que esto parezca, demasiadas veces he oído comedores de carne (anarquistas, claro está) que niegan que los «animales» sean inferiores para ellos: «no, inferiores no, diferentes».

El discurso sexista también se basa de forma explicita en afirmar que existen dos naturalezas distintas, femenina y masculina, y en el elogio de la Mujer, la Madre, la Esposa, cuya felicidad y honor consisten en fundar naciones fregando platos. «¡A mí me gustan las mujeres!», dice el sexista (o «las pavas» o «las gallinas»).

Desde el popular «no soy racista» hasta el «elogio de la diferencia» al estilo de la nueva derecha, el racismo y el sexismo siempre se fundamentan en la idea de diferencias de naturaleza. Y estas ideologías son falsas no por el hecho de que la piel blanca sea «igual» a la piel negra, sino porque esta naturaleza simplemente no existe. Pero son tanto más creíbles que casi todos, a escondidas, aceptan su principio, y, estoy convencido, lo aceptan porque ese es el precio a pagar por la supervivencia del especismo. Para mantener el especismo, todos aceptan la idea de una naturaleza animal, y, por lo tanto, todos, a pesar suyo, aceptan la idea de una naturaleza humana. Y ahí empieza la gimnasia intelectual de los antirracistas especistas.

Mismo principio, mismo discurso: «No soy especista» y «los animales no son inferiores, son diferentes». «Ser comidos, es su finalidad natural». El signo de esta naturaleza es que se comen unos a otros. Son felices así: los cerdos sonríen en los escaparates de las carnicerías.

Se puede ser antirracista y sexista a la vez, se puede ser antirracista y antisexista siendo especista. Pueden perfectamente decirme: «todo esto es cierto, pero para los animales esta comparación no es válida, puesto que los humanos son iguales, pero los animales, en cambio, son diferentes».

¡Y hay un montón de diferencias entre el hombre y el «animal»! Es que no han faltado los medios para catalogarlas, como lo demuestra esta serena confesión:

«Durante mucho tiempo, la principal preocupación de los moralistas, filósofos y, más tarde, investigadores en ciencias humanas fue rechazar cualquier vinculación del Hombre al mundo de los animales, o, por lo menos, encontrarle una dimensión específica que lo librara de una familia vergonzosa, de una promiscuidad embarazosa.» J.-M. Bourre, Dietética del cerebro

Sin embargo, los humanos también son diferentes unos de otros, todos lo sabemos, claro está. Diciendo que son iguales, sólo decimos una cosa: son de misma naturaleza. Y, también, que los «animales» son diferentes de los humanos, no por el número de patas, sino por su naturaleza.

«La razón es lo propio del hombre». La «razón» es el signo dominante para el especista, y es por esto -y sólo por esto- que me detendré un momento en el tema de la igualdad de inteligencia; tema que de hecho, hay que reconocerlo, me preocupa muy poco. En cambio, es un tema que ha sido muy debatido por los especistas racistas y antirracistas.

Para algunos, la inteligencia es un signo del alma, y el alma es la naturaleza de los humanos. Pero para los demás, ¿qué es la naturaleza de los humanos?

(Imagen: Los cerdos sonríen delante de los escaparates de las carnicerías, mostrando así que su finalidad, su íntima vocación, su naturaleza, es convertirse en jamón.)

¿Qué es un humano?

La naturaleza de los seres ha servido, muchas veces, para justificar muchas cosas: el racismo, la guerra, el orden social establecido. «Ser de derechas es pensar que el Hombre posee una naturaleza inmutable» (Le Pen, citado de memoria). Para los cristianos, el alma proviene de Dios; para los demás, la naturaleza de los seres proviene de la Naturaleza, del Dios Naturaleza que todos veneran y cuyos sacerdotes son los ecologistas. La naturaleza de un ser sería lo «innato», lo que antes del nacimiento da la Naturaleza.

En cuanto a la gente de izquierdas, no puede aceptar tal cual este discurso sobre la naturaleza humana; dice: «lo humano resulta de la naturaleza, pero ésta se ha borrado dejando paso libre a lo propiamente humano, a la Historia, a lo Cultural, a lo Social; el Hombre sigue siendo un animal, en sus funciones animales, pero en sus funciones elevadas, tales como la inteligencia, es radicalmente otro».

Así pues, considera que la naturaleza del Hombre encuentra su definición en la ausencia de naturaleza; ellos, los «animales», tendrían una -cada «animal» según su especie, pues, ante todo, todos tendrían la «naturaleza animal» – la naturaleza de tener una naturaleza. Y si esto equivale a fundamentar la igualdad humana en el aplastamiento de los demás animales, no es una casualidad; es porque los de izquierdas son antirracistas, pero sobre todo nada antiespecistas. Una crítica real de la noción de naturaleza de un ser, verdad profunda y papel asignado por la Naturaleza; esta crítica que se abstienen de hacer dinamitaría el racismo –pero también el especismo.

El antirracista especista tiene este problema: justificar el especismo, sin justificar el racismo; mantener la idea de naturaleza, basada en el nacimiento; la idea que la Naturaleza le ha dado al Hombre el nacimiento de mayor alcurnia, la naturaleza de ser libre (nada «innato» por encima de la cintura). Para los «animales», en cambio, la naturaleza de esclavos sometidos al instinto. El racista no tiene este problema; el Blanco y el Negro, el gato y el ratón, cada uno tiene su naturaleza, su sitio y su papel en la armonía natural y social. El racista puede, con mucha más facilidad que el anti-, hacerse el paternalista y militar por la «defensa de los animales», por un buen trato a los animales de carnicería.

Al gritar «Naturaleza con nosotros», especistas racistas y anti- discuten sobre lo «innato» y lo «adquirido», peleándose acerca de los signos: ¿tienen todos los humanos la misma inteligencia? Y sobre todo: ¿son innatas las diferencias de inteligencia? ¿es la jerarquía entre humanos algo dispuesto por la Naturaleza? En búsqueda de signos, los antiguos interpretaban el hígado de las becerras, los modernos interpretan nuestro cerebro.

La creencia vuelve ciego y este debate puede durar. Sin embargo, para el que no es ciego la respuesta se ve enseguida: 1. los humanos no son más iguales en inteligencia que en otra cosa; 2. la inteligencia resulta, como cualquier característica de un ser vivo, de una conjunción de causas genéticas y medioambientales, y por lo tanto, los genes pueden causar diferencias de inteligencia. Hechos conocidos por todos. Y si justifican el racismo, entonces el racismo es justo y el especismo también lo es. Si no justifican el racismo, entonces nada justifica ni el racismo ni el especismo.

(Imagen: Los signos que demuestran la presencia del alma, según el Abate Bouvet, en Premières Notions d’instruction religieuse et Leçons de choses religieuses (Primeras nociones de instrucción religiosa y Lecciones sobre cuestiones religiosas), 1938.)

Los humanos no son iguales en inteligencia

No es que tenga un interés especial en definir la inteligencia. Si preferimos no hablar de ella por considerar que no se puede definir, pues no hablemos, ni siquiera para comparar a los humanos entre sí ni para comparar a los humanos con los demás animales. Por otra parte, también podemos hablar de la inteligencia sin necesidad de dar una definición irrefutable. Para comparar la longitud del cuello de las jirafas con la mía, no necesito una definición exacta de la longitud. Y por poco que queramos darle el más mínimo sentido a este vocablo, es obvio que algunos humanos son más inteligentes que otros.

Existen numerosos humanos disminuidos mentales profundos. Puede que me digan, pensando en salvarlos del desprecio, que son inteligentes a su manera. Pero si queremos decir esto, no puede ser con el sentido que se le da a la «inteligencia» en los debates sobre su igualdad entre Negros y Blancos.

Es difícil comparar la inteligencia de un gato con la de un perro, y asimismo la de un humano disminuido mental con la de un perro; pero es obvio que, sea cual sea el criterio que queramos seguir, existen humanos menos inteligentes que la mayor parte de los perros.

Si la inteligencia de los humanos justifica que no los tratemos como perros, ¿cómo tratamos a los humanos que son menos inteligentes que los perros? Seguro que mal, pero no tan mal como a los animales no humanos. Los disminuidos nos recuerdan demasiado a los «animales», igual que aquella Blanca que se avergonzaba de parecerse a una Negra; sin embargo, para los especistas, racistas o anti-, la inteligencia no es más que un signo, lo que importa es la naturaleza: «a pesar de todo, los disminuidos son humanos». La idea misma de cortarlos en pedazos para la investigación o de sacrificarlos para la pitanza -a lo que están sometidos cada día millones de animales- se considerará un escándalo.

La existencia de humanos disminuidos mentales basta por sí misma para justificar mi subtítulo. Me dirán que el objeto del debate es la inteligencia de los Negros y los Blancos. Olvidamos fácilmente a los disminuidos, «casos marginales», un poco como olvidamos a los no humanos: no hacen manifestaciones en la calle. Sin embargo, su caso es pertinente: si los especistas racistas y anti- discuten acerca de la inteligencia de Blancos y Negros, es porque para ellos la inteligencia está relacionada con el derecho al respeto; de ahí que para ellos el único derecho que tienen los disminuidos es el desprecio.

Para los Negros y los Blancos (o los Franceses y los Belgas), las cosas no son tan claras. Sólo podemos hablar de medias: para los individuos, el asunto está zanjado, ya que en cada grupo hay disminuidos mentales y otros que no lo son. ¿Pero medias de qué? Existen pruebas de CI; podemos ponerlas en tela de juicio, construir otros criterios, pero, excepto por una casualidad improbable, ninguno de ellos dará la misma media en dos grupos determinados. Puede que encontremos criterios según los cuales los Negros alcanzan una media superior a la de los Blancos, y otros en los que sea el contrario; pero, a no ser que decidamos que el criterio exacto construido para dar las mismas medias es, por definición, «la prueba correcta», siempre tendremos lo siguiente: sea cual sea el sentido de la palabra, la inteligencia de los dos grupos no es igual.

Los genes producen diferencias de inteligencia entre humanos

Nadie pondrá en tela de juicio que la diferencia de inteligencia entre un perro y un humano tenga un origen genético, y por lo tanto que exista una relación entre inteligencia y genes; pero es entre humanos que quisiéramos borrar los genes. Sin embargo, una vez más, tenemos pruebas de lo contrario: existen los «casos marginales».

Muchas minusvalías mentales tienen un origen genético. Por ejemplo, un gen determinado hace que algunos humanos nazcan con fenilcetonuria. A consecuencia de ello, se convierten en minusválidos mentales profundos y mueren jóvenes -excepto que, hoy en día, se conoce una dieta alimenticia que hace que puedan desarrollarse como todos. De ahí mi afirmación: la inteligencia, al igual que cualquier carácter, es el resultado de una conjunción de causas, que podemos clasificar, si queremos, en genes y entorno. En el caso de los fenilcetonúricos, conocemos un entorno (dieta alimenticia) en el que su inteligencia puede desarrollarse; para otros humanos, igual que para los perros, no conocemos ninguno. Pero ¿en qué aspectos cambia esto su naturaleza? ¿Se encuentra, por naturaleza, un fenilcetonúrico más cerca de un humano normal que de un perro? ¿Está condicionada su naturaleza por sus genes o su dieta alimenticia? ¿O será que la naturaleza de los seres es una quimera?

¿Y los Blancos y los Negros? El genoma influye – nadie lo pone en tela de juicio- en la pigmentación de los Negros. Un número elevado de Negros viven en zonas poco soleadas, en las que esta pigmentación puede generar una producción insuficiente de vitamina D, con el riesgo resultante de raquitismo. Es posible que el raquitismo perturbe el desarrollo de la inteligencia, en cuyo caso algunos Negros son menos inteligentes por causas genéticas, y la media de inteligencia de los Negros se ve reducida por causas genéticas.

Esto es una hipótesis, y si es cierta, también es probable que el efecto aludido sea leve. Un suplemento alimenticio en vitamina D lo suprimiría. Pero éste es otro ejemplo pertinente: si queremos demostrar que la diferencia genética entre Blancos y Negros no incide de ninguna manera en sus medias de inteligencia, hay que poder eliminar cualquier camino causal que lleve de sus diferencias genéticas a la inteligencia- y esto es lo que resulta totalmente inverosímil. En diez minutos, puedo imaginar diez de ellas, para los Blancos y los Negros o para los Franceses y los Belgas. Tendríamos que confiar mucho en la bondad, en la voluntad antirracista feroz de la Madre Naturaleza para creer que no se verifica ninguno de estos motivos realmente o que, por arte de magia, todos se compensan.

La idea de la «igualdad genética» de los grupos humanos es falsa. ¿Y qué interés tenemos en defenderla? ¿Qué relación tiene con el racismo? ¿Estaría justificado el racismo si casualmente los genes implicaran pigmentación, la pigmentación falta de vitamina D, la falta de vitamina D raquitismo, el raquitismo inteligencia menor? ¿Acaso el nivel de inteligencia se convierte en naturaleza cuando es determinado por los genes?

Me contestarán que cuando se discute acerca de la igualdad genética de la inteligencia no es de eso de lo que hablamos, ya que, justamente, la genética real, aquella de la que hablo, es una causa y una serie de consecuencias. La genética de la que se suele hablar es la mítica, aquella en la que el gen es nuestra naturaleza, es nuestro ser, nuestra verdad, nuestra esencia; nuestro destino, lo inalterable, lo irremediable, lo que la Naturaleza dicta. En la genética, vemos la materialización «científica» de la mística ancestral de la sangre, del nacimiento. Esta genética no existe, sólo existe en la mente de los racistas, sexistas y especistas, cuyo deseo común es discutir para saber si la naturaleza de los Negros es o no más animal que la de los Blancos. Ya pueden seguir discutiendo sobre esto entre sí durante siglos. Los Negros son animales igual que los Blancos. La inteligencia innata no existe. Sólo hay una inteligencia real, los genes mismos no son inteligentes, no tienen ni voluntad ni intención, a pesar de los intentos apenas disimulados -especialidad de los sociobiólogos- para concederles un alma.

¿Y qué?

«Hablan de esta cosa que tenemos en la cabeza (…). ¿Qué relación tiene con los derechos de las mujeres o los derechos de los Negros? Si en mi jarra sólo cabe una pinta y en la vuestra un litro, ¿no sería cruel por parte vuestra no permitirme llenar mi pequeña media medida?» Sojourner Truth, feminista negra, ante una convención feminista en Estados Unidos en 1850, citada en Animal Liberation, P. Singer

Pero ¿por qué le damos tanta importancia a la inteligencia?

¿Por su importancia real, práctica? Justificamos el énfasis puesto en ella diciendo que, hoy en día, la fuerza física ya no es de gran utilidad. Se supone que la inteligencia hace de un individuo un miembro útil a la comunidad, se la recompensaría con consideración social.

¿Son los más útiles para la comunidad los que están en lo alto de la jerarquía social? Prefiero darle la vuelta a la explicación: en una sociedad conflictiva, la inteligencia es un arma. Se dijo que «la liberación de los oprimidos será la obra de los propios oprimidos», y por desgracia hay algo de verdad en ello. La liberación de los Negros americanos se debe en gran medida a su propia actuación, que no se hubiera producido si sólo tuvieran la inteligencia de las gallinas. Asimismo, la idea de que los Negros son menos inteligentes que los Blancos sirve para desmoralizarles en su lucha por la igualdad social.

Tal desigualdad en cuanto a la inteligencia, ya fuera «innata» o bien «adquirida», sería una mala noticia que haría aún más difícil la lucha antirracista. Sin embargo, no la haría injusta. Nuestra cultura mezcla demasiado fuerza con derecho al respeto. Los Negros americanos ya no son esclavos, las gallinas lo siguen siendo; la inteligencia de los Negros explica en parte su liberación, no es la que la justifica.

La inteligencia permite «hacerse respetar», pero sobre todo tiene un papel mágico: como principal signo de humanitud. Los Negros son negros, las bestias son bestias. Y al ser humano le importa su rango de humano por encima de todo. La inmensidad del sufrimiento y la miseria que los humanos infligen hoy en día a los otros animales es perfectamente conocida por todos. Si los humanos llegan a no darle importancia, es sólo a causa del especismo. Las bestias tienen que ser radicalmente diferentes y nosotros inteligentes. Y el hecho mismo de que la inteligencia sea un arma de promoción social la designa como signo: la sociedad misma se define en contra de los animales no humanos, y la promoción social constituye una prueba de humanitud.

(Imagen: El signo que muestra que tenemos derecho a comerlos, según Ch. Szlakmann, en Le Judaïsme pour débutants (El Judaísmo para principiantes), ed. La Découverte, 1985.)

Signos a montones

Se evocan muchas razones para justificar lo que los humanos hacen a los otros animales, demasiadas razones. Para sus inventores, la verdad que se pretende demostrar se da por adelantado. El especista las evoca una tras otra; ninguna se tiene en pie. No importa, en nuestra cultura profundamente especista cada una lleva a las otras y se sustenta en ellas, sin que nadie sospeche que el conjunto se mantiene en el vacío.

Estas razones no son razones, no son más que signos. Evidentemente, nadie se molesta en mostrar en qué justifican la dominación de los humanos sobre los demás. Y poco importa que todos tengan el mismo defecto, el de no incluir a todos los humanos, so pena de incluir también a no humanos.

Los signos son innumerables. Cualquier característica puede servir, mientras parezca «noble» y propio de los humanos.

Las herramientas eran «lo propio del Hombre», hasta el momento en que descubrimos que un pájaro también las usa. Al poseer lo propio del Hombre, se dijo que la vida de este pájaro era sagrada igual que la de un humano. ¡No, evidentemente, estoy bromeando! Seguro que lo habían entendido. Comiéndose al pájaro, dijeron: sólo los humanos fabrican herramientas. Pero algunos chimpancés también las fabrican, y este filón cae por su propio peso.

Otro filón: el lenguaje. Se dijo que los animales no tenían lenguaje, pero, como los perros saben aullar, se especificó: lenguaje articulado. Desde entonces, se les enseñó a algunos monos el lenguaje gestual de los sordomudos humanos, con sintaxis y todo (están menos capacitados que nosotros, pero lo esencial está), y también se ha renunciado a este filón (se ha evitado especificar lenguaje sonoro, ya que los sordomudos, a diferencia de los autistas, saben defenderse por sí solos).

¿Y de qué manera la ausencia de lenguaje justifica la masacre? Me han explicado que si un ser no puede decir que sufre, no se puede saber. Sin embargo, todos los mamíferos muestran los mismos signos de sufrimiento que los humanos; sería sorprendente que fenómenos tan similares no tuvieran la misma causa. Pocas ciencias serían posibles si se exigiera que su objeto tuviera el don de la palabra. Asimismo: «Si un ser no puede conceptualizar su sufrimiento, éste no existe, es meramente físico». Las feministas, justamente, han mostrado como durante siglos las mujeres sufrieron en silencio porque faltaban los conceptos para expresar lo que sentían. Un paso decisivo en su liberación fue el lograr forjar conceptos para decir y pensar lo que vivían. Antes de lo cual, ¿era su sufrimiento «meramente físico»?

De los siguientes criterios: «el animal sabe, el hombre sabe que sabe» (Teilhard de Chardin); «el animal no tiene conciencia de sí mismo»; «sólo los humanos tienen una personalidad única». Falso, confuso, o los dos, nada de esto resiste al examen científico más sencillo. Y de todas formas, ¿qué cambiaría esto? ¿El saber que uno sabe o la «conciencia de sí» o la «personalidad», acaso es lo que le da su valor a la vida? Son esas «cosas indecibles» -esas naturalezas- que justifican las masacres, tanto de las gallinas como de los Judíos.

También está «el instinto animal» opuesto a «la razón humana». Esta forma de plantear el problema demuestra sobre todo la ignorancia crasa que los humanos tienen de los demás animales, su conocimiento hecho de estereotipos machacones. Los racistas, por lo general, tampoco saben nada de aquellos a quienes desprecian; pero las fábulas racistas y especistas no son más que eso: fábulas, formas de decir lo indecible, la naturaleza.

Una idea como otra

Sería perfectamente posible criar niños humanos, desde el nacimiento, en un aislamiento relacional y sensorial tal que no les permitiera desarrollar ninguna de las tan nobles cualidades «propiamente humanas». Criados en tales condiciones, equivalentes a las que sufren los terneros, podrían sufrir entonces la misma suerte, «porque fueron concebidos para eso» («nunca conocieron otra cosa»). ¿En qué debería preocuparnos la suerte de tales seres asociales incapaces de hablar, de usar herramientas, sin lazos afectivos y que ni siquiera saben que saben? Si esto le parece escandaloso, estoy de acuerdo con usted; pero si no le parece igualmente escandaloso lo que les hacemos a los terneros, entonces es usted especista. No quiere que se les haga eso a los humanos porque son de su especie. Entonces, ¿de qué argumentos serios se podrá valer frente a un racista que, a su vez, se negaría a que les hicieran esto a los de su raza?

Las naturalezas tapan lo real

¿En qué debería preocuparnos la suerte de un ser cualquiera? ¿Qué es lo que importa para decir si debemos abstenernos de hacerle daño?

Nada, si queremos. Podemos, si queremos, matar y torturar a quien queramos. Podemos decidir no torturar más que a los Negros o a los diestros, si queremos. Uno puede decidir torturarse a sí mismo; pero esto, pocas veces lo hace. ¿Por qué? Porque hace sufrir, porque va en contra de sus propios intereses.

Evitar hacer daño al prójimo, es decidir extender al prójimo la consideración que uno tiene por sus propios intereses. La ética, no es otra cosa. ¿Y qué es lo que debe determinar de quiénes se tomarán en cuenta los intereses? ¿Sólo de los Blancos? ¿Por qué de los Blancos? ¿Sólo de los seres inteligentes? ¿O sociales? Cuando uno toma en cuenta sus propios intereses, no se pregunta si es inteligente o social. Esto no tiene nada que ver con el problema. Tener dolor duele, que uno sea social o no.

A cada cosa real sus consecuencias reales. La inteligencia de un ser es importante para muchas cosas, pero no tiene ninguna relación con el hecho de que sea grave o no infligirle dolor. Entonces, ¿qué es lo que importa a este respecto?

A cada cosa real sus consecuencias reales. Al hecho de que a un ser le pueda doler, su consecuencia: evitar infligirle dolor. Esto con independencia de cualquier otra característica de dicho ser. La ética no racista, no sexista, no especista, es ésta.

Si un ser es sensible, puede sufrir o gozar, su sufrimiento y su goce tienen la misma importancia que la de cualquier otro. Cualquier diferencia significativa atribuida a los intereses de dos seres es necesariamente arbitraria, ya que está basada en algo sin relación con el motivo por el que se toman en cuenta esos intereses, pues dicho motivo es simplemente su existencia.

El sufrimiento, es el sufrimiento, el placer, es el placer: ésta es la única igualdad que me importa. Si las piedras pueden sufrir o gozar, debemos tomar en cuenta su interés en no sufrir y en experimentar felicidad, tenga o no, cada piedra, una «personalidad única». Si las piedras no pueden sufrir y gozar, como muy probablemente es el caso, nada hay que tomar en cuenta.

En la práctica, ¿qué se puede hacer? A nosotros que no comemos carne, a menudo nos reprochan, con una sonrisa socarrona, que despreciamos las plantas; sin embargo, los que tan apresuradamente ostentan su simpatía por las plantas comen diez veces más plantas que nosotros, a través de los animales a los que crían con una vida miserable y luego matan. No importa, no despreciamos ni las plantas ni las piedras. El desprecio es una actitud racista en sí. El desprecio juzga inferior la naturaleza de un ser; a mí me importa lo real. El carácter sensible o no de un ser es un carácter real. Por consiguiente, lo que me interesa saber es: ¿quién lo posee, quién puede sufrir?

¿Cómo saber si las plantas o las piedras pueden sufrir? Es una pregunta difícil de resolver en abstracto, sin embargo, en la práctica es fácil llegar a conclusiones simples. De ello hablaré en el próximo IRL. Ahora bien, cualquier mente no especista estará de acuerdo conmigo en que la capacidad de sufrimiento de los pájaros, peces y mamíferos no humanos es tan verosímil y cierta como la de los humanos, lo que determina la primera y la más simple de las consecuencias: dejar de comerlos.

Fuente: cahiers-antispecistes.org – ¿Qué es el especismo?
Fuente original en francés: cahiers-antispecistes.org – Qu’est-ce que le spécisme?

NOTAS

RespuestasVeganas.Org: La publicación de este artículo en RespuestasVeganas.Org no implica necesariamente que se compartan todas y cada una de las cuestiones expresadas en el mismo; sin embargo, consideramos interesante su publicación por la aportación que puede hacer a la causa del movimiento abolicionista por los Derechos Animales.

(1) Traducción francesa La Libération animale anunciada por Grasset, marzo de 1993.

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  1. alan 6 diciembre, 2021

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