Imágenes de muerte y vida: animales de producción y la opción vegetariana (Harriet Schleifer, 1985)

Extraído de In defense of animals (En defensa de los animales), editado por Peter Singer, New York: Basil Blackwell 1985, pp. 63-73.

«Las memorias de una planta procesadora de pollo en Maryland estarán siempre conmigo. Era verano, calor de 90 grados, húmedo, sin sombra, y los pollos estaban estibados en sus jaulas. Cuando entramos, se respiraba la hediondez de cuerpos acalorados, muriéndose. Se pegaba a la ropa y a la piel. Tomamos algunos pájaros de las jaulas, y trataban de tomar hielo derretido de nuestra mano. Estaban demasiado débiles para sostener siquiera la cabeza. Ahí se hubieran quedado hasta la mañana siguiente, muriéndose de hipertermia, fallo respiratorio y demás. Hicimos que el guardia de seguridad llamara al supervisor para darles una muerte digna. Esto es lo más cerca que he estado de Auschwitz.» Ingrid Newkirk, entrevista inédita

«Suficiente para convertirlo a uno en vegetariano, lugares como este,» dijo Quantrill de forma lúgubre al oído de Tait. Su trabajo en la división de policía rural lo había llevado con frecuencia a mataderos, pero nunca había superado su sentido de depresión ante las vistas, los sonidos, los olores, la muerte cómo si nada.» Sheila Radley, Muerte en la mañana

«El calor de verano en la ciudad era inaguantable. Los cerdos esperaban, sus pequeños ojos postrados en los hombres que habían aprendido a temer. Orejas y colas se movían con irritación por el dolor de rasguños, barro pegado a sus cuerpos, y los siempre-presentes insectos. Un animal yacía acostado, hiperventilando, perdido en la agonía de una ataque al corazón. Otro parado, su cabeza atorada firmemente en un portón, quejándose miserablemente perdida. Respirando rápido por el calor, varios individuos estaban parados cerca de estos dos que sufrían, suavemente tocándolos con la nariz para expresar su simpatía. Esperando.

Aparece un hombre, equipado con botas pesadas y un chuzo eléctrico. Los cerdos estaban histéricos del miedo. Sus gritos resonaban en el aire. El hombre pegaba chuzazos para todo lado, pegando piernas, cabezas, espaldas, mientras los animales se subían encima unos de otros, desesperados por escapar.

Una obligada carrera dentro del compartimiento, movimientos violentos para evadir los intentos inmisericordes de la pistola de perno neumática; luego la pérdida de conciencia. Sin remordimiento, uno por uno, los humanos callaron las voces de cada cerdo.» Harriet Schleifer, Ecos de un matadero canadiense, inédito

Los pasajes que usted acaba de leer son descripciones imaginativas de la realidad, no hechos científicos documentados. Relatos basados en hechos acerca del tratamiento que le da la industria a los animales, tal como Máquinas Animales de Ruth Harrison, Liberación Animal de Peter Singer, y Fábricas Animales de Peter Singer y Jim Mason, dejan atónito por la evidencia que presentan de la innecesaria explotación y extendido abuso que nuestra dieta crea para otros seres vivientes que sienten. Examinando el problema a gran escala, distrae nuestra atención del sufrimiento de cada individuo y empaña su significado singular.

Muchas personas se sienten abrumadas por el alcance del sufrimiento de los animales de producción. La cría de ganado es común en virtualmente todas las sociedades del planeta, y ocurren miles de millones de muertes al año. De hecho, en El Planeta Hambriento, Georg Borgstrom ha calculado que la población global de animales domésticos de producción iguala a la población humana. Cuando agregamos a esto la cantidad de peces capturados y sacrificados, la cantidad de muertes es impresionante.

En los Estados Unidos la industria de la carne es la segunda más grande de manufactura y procesamiento (la más grande es la industria automotriz), y está valorada en unos 5.000 millones de dólares. Juega un papel prominente en otros países también. La pesca industrial es de suma importancia en el Tercer Mundo, y significante en los países desarrollados. Industrias relacionadas, tales como la industria del acero y la producción farmacéutica, aumentan dramáticamente el poder e influencia de los productores de carne y pescado. La industria del acero suple jaulas y maquinaria para la cría intensiva de animales, mientras más de la mitad de la producción mundial de antibióticos se usa en alimento medicado para animales.

Pero estas estadísticas no tienen que decepcionar. No importa su tamaño, la industria de animales de producción es extremadamente vulnerable a la amenaza que significa para su existencia la compasión pública hacia los animales que victimiza. Bien enterados de este hecho, los productores de carne van a los extremos para esconder y mistificar la verdadera naturaleza de sus actividades. Las granjas intensivas y los mataderos están escondidos de la vista pública, ubicados lejos de centros poblacionales y en un relativo aislamiento. La mayoría tiene prohibidas las visitas. Nuestra conciencia en cuanto a lo que sucede dentro de ellos es nublada por la manera en que la carne se vende, en empaques ordenaditos, sin sangre. Partes del cuerpo que pueden identificar la carne como un cadáver animal -pies, cola, piel, ojos- son cuidadosamente separados, supuestamente para la conveniencia del consumidor.

Una campaña publicitaria astuta y seductora refuerza esta ilusión. El concepto de un ser que vive y sufre está virtualmente eliminado. Todos están familiarizados con vacas sonrientes, cerditos que bailan, y pollos riéndose que la industria de la carne, leche y huevos utiliza en sus empaques y vehículos repartidores, y que también se utilizan para logotipos de restaurantes. Wayne Swanson y Geroge Schultz reportan en su libro Prime Rip, que investiga el fraude en la industria de la carne, que «la industria siempre ha operado con programas fuertes de educación y relaciones públicas para mantener a los Americanos pensando positivamente acerca de la carne». Sólo para citar un ejemplo, sacado de Vegetarianismo: Una Forma de Vida de Dudley Giehl, el Consejo de Carne de California (California Beef Council) saca reportajes de prensa a «unos 500 periódicos y más de 300 estaciones de radio y televisión en California». Otros explotadores de animales, tales como la industria láctea y la de huevos, usan tácticas similares. Los folletos promocionales en supermercados son comunes. Estos avisos, póster, y literatura son referidos como «información para el consumidor» a pesar de ser su origen la industria que lo produce. Los supermercados mismos gastan la porción más grande de su presupuesto en publicidad para la carne. La carne es un producto con un alto margen de ganancia, con un 20% entre precio de costo y de venta, y la consideran una fuente importante para atraer clientes.

Aparte del uso fraudulento de animales en la publicidad, algunos defensores de la industria de la carne aparentemente no dudan en manipular prejuicios del público para vender sus productos. En Vegetarianismo: Una Forma de Vida Giehl describe un folleto llamado «La Historia de la Carne», publicado por el Instituto Americano de la Carne. Hace la pregunta, ¿Por qué los indios norteamericanos viviendo en unas tierras llenas de recursos naturales no pudieron levantarse más allá de su estado de cultura primitiva? ¿La respuesta? Los indios «fallaron en la domesticación de ganado para su principal necesidad alimentaria: la carne.» El sexismo también es olvidado y fomentado. Prime Rip menciona una campaña publicitaria de $4,6 millones de dólares para vender «bife sensual»: «El sexo vende todo lo demás,» dice un representante de la industria de la carne, «así que por qué no la carne?»

Promociones especiales son dirigidas a los niños, cuyo aprecio abierto y desinhibido hacia los animales presenta un peligroso reto para una dieta centrada en carne. Giehl nota que una buena porción de la propaganda de la industria cárnica es distribuida en el sistema de colegios y escuelas. Esto lo confirma Swanson y Schultz. De acuerdo con su investigación, «grupos comerciales son los principales proveedores de materiales educacionales acerca de la nutrición (evidentemente promoviendo la importancia del consumo de carne)». Tales materiales contienen no fotos de mataderos sino atractivas imágenes de animales vivos y comentarios acerca de lo que «hacen por nosotros». La cadena de hamburguesas McDonald’s es uno de los principales productores de anuncios comerciales para niños. En uno de estos Ronald McDonald explica que las hamburguesas «crecen en pequeñas milpas». Star-Kist desarrolló una serie de comerciales en que Charlie el atún procura de ser atrapado para que pueda ser procesado por la compañía. Tal vez el ejemplo más increíble, sin embargo, es uno de Oscar Mayer en que un grupo de niños canta: «Ay, ojalá fuera una salchicha Oscar Mayer, ya que eso es lo que realmente quisiera ser.» Giehl comenta con una mueca: «El viejo adagio de que la honestidad es la mejor política no se aplica si usted espera que los niños coman carne sin remordimientos».

La industria de animales de producción en gran medida ha tenido éxito en sus intentos de hacer deseables prácticas que son inexcusables. Una medida de su éxito se encuentra en Prime Rip, cuyos autores afirman con toda seriedad que «Muchos americanos prefieren perder la libertad que dejar la carne.» Desafortunadamente, la carne se ha convertido en un símbolo de estatus. Preferencias por tipos específicos de carne varían mucho, desde insectos hasta ancas de rana, desde bife de búfalo hasta chuletas de cerdo, pero está universalmente relacionada con la riqueza, y su ausencia de la dieta es vista como una privación voluntaria o involuntaria. El problema se hace evidente al tratar de mercadear los sustitutos de la carne, que el consumidor de carne conciente del estatus rechaza como «imitaciones», sin importar cuánto se parezca a la carne verdadera.

Enfrentados con la propaganda masiva y con el hecho de que el consumo de productos animales es una costumbre respetada y muy arraigada en nuestra sociedad, no es de sorprenderse que poca gente tiene la temeridad de cuestionar las bases de todo el sistema. Aún así, nada asusta más a la industria de la carne que la idea del vegetarianismo. Se oponen a su propagación con un vigor agresivo. El libro de Frances Moore Lappé, Dieta para un Pequeño Planeta fue criticado como novelería histérica y ridícula. Por supuesto, de manera significante, es la industria de los animales de producción la que financia la mayoría de las investigaciones o proporciona apoyo a afirmaciones acerca de que sus productos son saludables y nutricionalmente sanos. Su manipulación se extiende aún a los más respetados cuerpos científicos. La Academia Nacional de las Ciencias en 1980 publicó un reporte exonerando el colesterol como un factor en la enfermedad fue preparado por consultores pagados por la industria de la carne, lácteos y huevo. En 1976, un intenso cabildeo de parte de productores de carne enojados obligó al Gobierno Americano a borrar una recomendación en el reporte de McGovern acerca de la nutrición, «Reduzca el consumo de carne», y a cambiarlo por «Escoja carnes, pollo y pescado que reduzcan la ingesta de grasa saturada». Esa obsesiva hostilidad hacia la alternativa de una dieta vegetariana sugiere fuertemente que su promoción puede ser un arma poderosa contra el hábito del consumo de carne.

La ética de la liberación animal demanda un cambio básico de la conciencia moral, un repudio a la superioridad humana sobre las otras especies a través de la fuerza. Nuestra manera de visualizar el mundo se torna más compasiva, más respetuosa de las necesidades de los demás seres. El estilo de vida vegetariano es un medio fundamental y personal de afirmar ese cambio. Confrontar la opresión de animales de producción a mediante el vegetarianismo yace en el corazón de la ética de la liberación animal y ofrece el más grande potencial para la transformación radical de nuestra sociedad.

Matar, a menos que sea como acto de misericordia, conlleva una deliberada ausencia de simpatía por la víctima. Cuando se hace repetidamente, resulta en el endurecimiento de las emociones. Thomas Moore, aunque no era vegetariano, reconoció cuando escribió Utopía en 1518: «Los utópicos sienten que matar a nuestros compañeros los animales gradualmente destruye el sentido de compasión, que es el sentimiento más loable del que la naturaleza humana es capaz.» El mismo tema ha reaparecido en numerosos escritos, usualmente con la sugerencia que el aumento de la sensibilidad humana es una meta deseable. Mahatma Gandhi expresó esto muy claramente en La base moral del vegetarianismo, editado por R.P Prabhu. Comenta: «Siento que el progreso espiritual demanda en algún punto que debemos dejar de matar a las demás criaturas en aras de la satisfacción de nuestros cuerpos».

El argumento ético para el vegetarianismo se hace aún más persuasivo cuando uno considera las razones para ello que no están relacionadas directamente con el bienestar de los animales de producción. (No voy a discutir ninguna de las consideraciones de salud que hacen del vegetarianismo una opción atractiva, ya que esencialmente no tienen una base moral.) La conservación de la vida silvestre es una consideración para muchas personas, aunque pocas saben de cuánto compiten los animales domésticos con los silvestres por espacio y recursos. Noventa por ciento de la tierra cultivable de los Estados Unidos, más de la mitad del total de tierras del país, está actualmente siendo utilizada para la producción de carne, leche y huevos, haciéndola inaccesible a la vida silvestre. Tampoco se percata la gente de que numerosas especies, entre ellas el pájaro dodo y la paloma mensajera, se llevaron a la extinción por la misma razón. Lo que es más, los hombres que explotan a los animales para comida no ven con simpatía que los animales silvestres interfieran con su actividad: los rancheros americanos matan a los depredadores, antílopes y suricatos, criadores de ovejas en Australia matan canguros, y los pescadores japoneses matan delfines -en cada caso porque estos son «peste». Otros animales son exterminados incidentalmente: las redes del atún y camarón ahogan a cientos de delfines y tortugas.

Ecológicamente, la producción de productos animales es ineficiente y desperdicia mucho. De acuerdo con A Vegetarian Sourcebook de Keith Akers, las necesidades de energía y agua son entre 10 y 1.000 veces mayores de lo que sería para producir una cantidad equivalente de comida de origen vegetal. Consecuentemente, la mayoría de la erosión del suelo (90 por ciento), el uso del agua (80 por ciento) y la deforestación (70 por ciento) es el resultado de la cría de animales de producción.

El consumo de carne en los países occidentales es una causa primaria del hambre, tanto en casa como en los países del Tercer Mundo. Solamente el 42 por ciento del peso total del animal se convierte en carne. Además de este desperdicio, John McFarlane, Director Ejecutivo del Consejo para la Protección del Ganadero, ha calculado que «La cantidad de carne perdida cada año a través del descuido en el manejo y la brutalidad alcanzaría para alimentar un millón de americanos por un año». Aunque la distribución que caracteriza el mercado internacional lo hace un sueño inalcanzable, es también un hecho que si cada persona en el mundo desarrollado se hiciera vegetariano, sería posible dar cuatro toneladas de grano comestible a cada persona famélica del mundo.

Muchos estudios han especulado de la conexión entre el consumo de carne y la violencia entre humanos, aunque nada ha sido conclusivo. Aún así, las asociaciones son sugestivas. En Reinos en grilletes, John Bryant menciona varias fuentes que notan que los índices de violencia en las comunidades están relacionados con la presencia de mataderos. Claro que es cierto que la ocupación de operario de matadero es cruel y brutalizante. Pocos trabajan en mataderos porque les guste. La mayoría están allí porque sus familias han trabajado en el negocio; muchos son inmigrantes ilegales. Operarios que son forzados a ser indiferentes a las protestas vocales y forcejeos de los animales que matan. Es probable que la insensibilidad y dureza que desarrollan para poder soportar su realidad laboral pueda afectar otras áreas de sus vidas.

El hecho de que la mayoría de los consumidores tratan de ignorar el horror de la vida de los animales de producción y negar su importancia moral sugiere que hay conciencia aunque subyacente de la crueldad injustificada que entraña. Los seres humanos no les gusta verse como asesinos, a pesar del glamour que se le da al cavernícola y al cazador. Estamos aliviados de tener a otros que maten a los animales por nosotros, aliviados de que los desagradables sonidos de la muerte no arruinan nuestra comida. Algunos de nosotros reprimen los hechos tan bien que apenas podemos creer que el sufrimiento y la muerte son parte de la producción de carne. En una entrevista publicada en la edición de marzo/abril de Agenda, la activista de los derechos animales de Québec, Karen Urtnowski cuenta de una compañera de colegio que creía que los bistecs eran removidos quirúrgicamente de las vacas, quienes luego volvían a pastar pacíficamente a los pastizales. Si ese ejemplo parece «jalado del pelo», considere que un gran porcentaje de adultos educados e inteligentes no asocian la leche de vaca con la preñez del animal. Tampoco que los terneros machos nacidos no interesan a la industria más que para carne de ternera.

Cualquiera que sea el nivel de conciencia del asunto, es una realidad que las personas comen carne porque están acostumbradas a su color, forma, textura y sabor, y han sido condicionados a verla como un alimento altamente deseable. Estas actitudes deben ser disputadas, y cambiadas. Como afirma Peter Singer en Liberación Animal, Aquellos que, con su compra, requieren que animales mueran no tienen derecho de ser escudados de este ni ningún otro aspecto de la producción de la carne que ellos compran. Si es desagradable para los humanos pensarlo, ¿cómo será para los animales que lo viven?

El significado de lo que le hacemos a los animales de producción trasciende las estadísticas. Los impulsos destructivos del espíritu humano son cruelmente revelados en el sufrimiento de estas criaturas, y la mayoría de nosotros recula naturalmente ante esta visión. Así como con la imagen de un desastre nuclear, el conocimiento de lo que sucede en la explotación que hace la industria cárnica con los animales nos confronta con lo impensable, y demanda una respuesta personal que quizá estemos incapaces de dar. Así que nos alentamos a nosotros mismos con perogrulladas acerca de la «necesidad de la carne» en la nutrición humana, argumentos sobre nuestro «dominio» sobre la naturaleza y las ficciones que dan las regulaciones diseñadas para asegurar un «sacrificio sin dolor» de los animales.

Tristemente, algunos elementos dentro del movimiento de los derechos de los animales han aceptado estas evasiones. En desesperación ante la aparente desesperanza de detener la explotación, o negando enfrentar esta realidad, aceptan ser «razonables» acerca del asunto de los animales de producción. La mayoría se retraen del asunto por completo, con la excusa de que el público no está listo para tratar con el asunto. Ofrecen el mito de la «meta alcanzable» como una racionalización adicional. La idea detrás de esto es atacar los abusos tales como los circos y la cacería, con la esperanza de que pequeños éxitos van a construir la credibilidad del movimiento así como apoyo popular y permitir que el asunto de los animales para comida sea tratado más efectivamente más adelante. Lo difícil de esta táctica es que tiende a involucrar a sus proponentes en excusas vanas acerca de su inacción respecto del problema más grande o, peor aún, en medias verdades, en negación de que tenga importancia. En efecto, refuerzan los mensajes de la industria de producción animal. El público así piensa que el uso de animales para comida es de algún modo aceptable, ya que hasta la gente del bienestar animal dicen que está bien. Esto no puede más que hacer mucho más difícil eliminar esta práctica en el futuro. Es mucho mejor seguir la estrategia de los sindicatos de exigir un 20 por ciento con la esperanza de obtener un 10 por ciento.

No podemos vivir con miedo de incomodar al público. El cambio importante siempre involucra la duda inicial y dolor, y es nuestra responsabilidad el guiar ese proceso de manera constructiva, para facilitar la transición de una sociedad que explota a una que respeta a otras especies.

Si es verdad que una vez que el público comprende la inmoralidad de otros asuntos de los derechos de los animales va a ser más fácil convencerlos de hacerse vegetarianos, es igualmente cierto que el vegetarianismo provee una base consistente para criticar las injusticias menores hechas a los animales. Rechazar la explotación animal como vegetarianos éticos nos salva de las acrobacias que involucra dividir a los animales en dos grupos morales distintos: animales que siempre es injusto abusar, y otros que sí es aceptable explotar de forma benevolente.

Es más, la actitud que nos permite criar animales para comida rige nuestro tratamiento a las demás criaturas, desde mascotas hasta animales de laboratorio hasta la vida silvestre. Una vez que aceptamos que podemos utilizar a los animales para razones tan triviales como nuestro disfrute del sabor de su tejido, es fácil usarlos para cualquier propósito que sea igualmente frívolo, tal como domesticarlos como mascotas o encerrarlos en zoológicos para mirarlos, o para aquellos que sean más serios, usarlos para experimentar en pruebas que creemos salvarán vidas humanas.

Otros activistas animales se conforman con la solución de «compromiso» del sacrificio humanitario. Las contradicciones inherentes a adoptar esta posición son evidentes. Para empezar, la preocupación sincera por individuos vivientes lleva a estas personas a convertirse, irónicamente, en expertos en técnicas de muerte masivas. Aprenden a comparar velocidades, aparatos y costos de diversos equipos sistemas, y la pregunta sobre si su uso es justificable nunca sale a flote. El peor aspecto de la opción de sacrificio humanitario es que enfoca la discusión en el aspecto menos importante, el método para matar. Al hacerlo, sugiere que la toma de una vida no es un problema, sólo la forma en que se hace.

En el centro de la filosofía de liberación animal está la idea de que debemos extender la consideración hacia las necesidades de otras especies y sopesarlas con las nuestras. ¿Cómo es posible hacer esto y a la vez negar, prima facie, que los animales de comida deben ser libres de vivir sus vidas en su extensión natural y mientras tanto los matamos ni siquiera porque es deseable para ellos morir, por cualquier razón, sino simplemente porque disfrutamos del sabor de sus cuerpos muertos? La falsedad de apoyar el sacrificio humanitario, mientras se profesa creer en la ética de los derechos de los animales, es obvia. Como declara John Bryant en Reinos en grilletes, la filosofía detrás de toda cría de animales de producción, ya sea tradicional o intensiva, es la misma, «la arrogante postura de que podemos usar a los animales para cualquier propósito que deseamos».

Para peores, la noción de sacrificio humanitario ignora el hecho de que el momento específico de la muerte es sólo una fracción de un proceso más largo. Aunque estuviéramos de acuerdo con que la muerte de animales de producción es aceptable, la preocupación del «sacrificio humanitario» con la breve experiencia de morir es engañosa. Algunos grupos sí exigen que algunas medidas previas al sacrificio sean humanitarias, que incluyen comida adecuada, agua y techo. Sin embargo, pocos están dispuestos a discutir regulaciones que minimicen el terror que sienten los animales mientras esperan su muerte en el matadero. De hecho que tal meta es imposible de obtener. La muerte para los animales de carne no viene como un shock repentino e inesperado. Miles de animales son reunidos en un sitio, cerca de un edificio en el que todos tienen que entrar para morir. No pueden permanecer sin saber de su destino, y el miedo intenso es el resultado natural e inevitable.

A veces pareciera que los que apoyan el consumo de carne entienden la naturaleza de la industria de la carne mejor que nosotros. Adoptando una postura de que matar es un mal necesario, tienen a menudo una visión más clara de sus actividades que los activistas de los derechos de los animales. Los comentarios de Wayne Swanson y Geroge Schultz, autores de Prime Rip, son particularmente reveladores, más aún porque la completa ausencia de empatía con los animales mismos. Al evaluar la posibilidad de reducir la corrupción en la industria de la carne, dicen:

No importa cuanta nueva tecnología se desarrolle, y no importa qué tan bonito sea el empaque de la carne, los hechos centrales del negocio de la carne no cambian. Es una industria que gira alrededor de animales bulliciosos y malolientes cuyo destino es que les disparen un cincel hidráulico en la frente a quemarropa. Su sangre y tripas van a derramarse en el suelo del matadero, y sus cuerpos van a despellejarse y cortarse y tajadearse en un proceso que, aunque es gobernado por leyes de «sacrificio humanitario», no podría ser más grosero y brutal.

En todo caso, explotar no es sólo matar. También es la manipulación de los genes de los animales para convertirlos en máquinas para nuestro uso, la negación de la libertad, causarles dolor y miedo durante sus vidas. La muerte puede ser un mal menor comparado con estos. Las personas que creen que criar animales para comida puede hacerse de manera humanitaria se engañan. La carne es asesinato. Si un animal no tiene el derecho básico a existir, cualesquiera otros derechos carecen de todo sentido. John Bryant dice que «todo el concepto de ‘mercadeo’ de individuos vivientes es injusto». No puede mejorarse con reformas, no importa cuán liberales sean.

El razonamiento detrás de mucho abuso a los animales, la excusa que el animal va a morir de todos modos, así que está bien hacer «X» con él o ella, es tentador y conveniente y rápidamente erosiona toda otra consideración. Los sistemas intensivos en uso hoy en día son el lógico e inevitable resultado de nuestra actitud general hacia los animales de producción como propiedad. El bienestar del animal y nuestro deseo de tener carne de alta calidad están en conflicto directo: en animal bien ejercitado produce carne dura; la libertad de controlar sus propias vidas sexuales produce nacimientos demasiado impredecibles y variables.

Mientras un animal de producción sea percibido como un objeto comestible, una «cosa» para poner en nuestro plato de cena, él o ella nunca va a tener derecho alguno. La domesticación misma es un proceso antinatural, un método de esclavización del animal y someter sus procesos vitales a nuestra voluntad. La liberación animal va a devolver a los animales domésticos a sus orígenes silvestres, libres para perseguir sus destinos sin interferencia humana.

Acción concreta individual o grupal para promover el vegetarianismo puede ser tanto simple como significante. Todo lo que debemos hacer es boicotear los productos de la industria de animales de producción. De acuerdo con mis cálculos, que son un poco complicados y que no voy a detallar aquí, cada persona que se hace vegetariana es directamente responsable de salvar entre cuarenta y noventa y cinco criaturas cada año, dependiendo de su nivel de consumo de carne. Es el paso más significativo que uno puede tomar para ayudar a animales individuales.

Aquellos que escojan tomar acción colectiva aumentan su impacto en la situación de manera proporcional. Las posibilidades no tienen límite. Podemos desmitificar la carne a través de educación pública y presión a los gobiernos. Tal vez una ley que requiera que sólo se puedan vender los cuerpos enteros de los animales pueda enfatizar lo que la carne realmente es. Podemos confrontar a aquellos que promuevan la carne directamente. Metas apropiadas para estas acciones pueden incluir tiendas individuales, restaurantes o, para aquellos más ambiciosos, cadenas nacionales. En Big Mac: La historia no-autorizada de McDonald’s Max Boas y Steve Chain estiman que la Corporación , cuyas hamburguesas representan sólo el 1 por ciento de la venta de carne en los Estados Unidos, representa la muerte de más de 300.000 cabezas de ganado al año. Cerrarlos sería un triunfo enorme. Podríamos publicitar la alternativa vegetariana, informando a las personas de su potencial y preparando comidas para ellos para demostrar su atractivo culinario.

George Bernard Shaw escribió en su autobiografía: «comer los cuerpos quemados de animales -canibalismo con su plato heroico omitido- se hace imposible en el momento en que se hace concientemente en lugar de con hábito impensado.» Como activistas de los derechos de los animales, es nuestra responsabilidad estimular el pensamiento necesario para hacer esa transformación posible, tanto para nosotros como para otros. La elección está abierta para cada uno de nosotros. Aquí hay otro ejemplo de lo que estamos tratando de detener:

«La joven oveja yace muriendo en un corral del matadero, su cuerpo quebrado inmundo de tierra y orines, parchones de lana arrancados de su costado. Una paja clavada dolorosamente en su nariz, mientras respiraba con dificultad. Moscas caminaban como hormigas en sus heridas abiertas, y hacían cosquillas en su ojo medio cerrado. Otras ovejas permanecían a su lado, aturdidas y exhaustas, pero inquietas del miedo. El horror de las memorias pasaba por su mente: sus fuertes quejidos y el doloroso golpe del chuzo al montarla en el camión; el viaje largo y la sed en el camión con piso de metal, resbaloso de sangre y barro; la aplastante fuerza de los cuerpos en pánico al bajar por la rampa a la paja; la pesadilla de fiebre, náusea y miedo.

Dos humanos se acercaron, y su terror se disparó. Pero las manos de los liberadores de animales la levantaron con cuidado. Sintió un dolor agudo en su pierna, y el alivio de la muerte fue suyo.» Harriet Schleifer, «Ecos de un matadero canadiense», inédito

Fuente: web.me.com/marcelogalli – Harriet Schleifer: Imágenes de muerte y vida: Animales de producción y la opción vegetariana

Fuente original en inglés: animal-rights-library.com – Images of Death and Life: Food Animal Production and the Vegetarian Option

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NOTAS

RespuestasVeganas.Org: La publicación de este artículo en RespuestasVeganas.Org no implica necesariamente que se compartan todas y cada una de las cuestiones expresadas en el mismo; sin embargo, consideramos interesante su publicación por la aportación que puede hacer a la causa del movimiento abolicionista por los Derechos de los Animales.

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