El deontologismo

El deontologismo

La palabra «deontología» (del griego δέον, -οντος déon, -ontos ‘lo que es necesario’, ‘deber’ y -logía ‘conocimiento’, ‘estudio’) deriva de las palabras «deon» (deber) y «logos» (ciencia). Por lo tanto, el deontologismo es la ciencia o estudio del deber, por el deber mismo. El dentologismo es un marco normativo cuyo objetivo es decirnos las acciones que debemos hacer y las acciones que no debemos hacer. La ciencia que estudia el deber se llama lógica deóntica.

Como explicaré más adelante, el deontologismo siempre ha estado manipulado para separarlo del consecuencialismo.

Uno de los representantes históricos del deontologismo es Immanuel Kant (1724-1804). Su teoría deontologista es llamada «deontologismo kantiano». A continuación podéis ver el capítulo 7 de la serie «La Aventura del Pensamiento» en el que hacen un resumen de las ideas de Kant, entre ellas la gran mentira según la cual «Ningún fin justifica usar medios éticamente incorrectos», y por eso Kant decía que nunca debes mentir, aunque mentir fuera necesario para salvar la vida a alguien.

Immanuel Kant - La aventura del pensamiento (cap. 9)

Algunas profesiones tienen su propio «código deontológico», el cual son normas que, independientemente de que sean correctas o incorrectas, son tomadas como los límites dentro de dicha profesión.

El deontologismo hasta hoy contiene un engaño

Comúnmente se cree que el deontologismo da prioridad al respeto de unas normas sobre las consecuencias. Debido a ello se asocia al deontologismo con la idea de que «ningún fin justifica usar medios éticamente incorrectos», idea popularmente conocida como «el fin no justifica los medios». Esto ocurre debido a que existe un profundo error, ampliamente extendido, que asocia al deontologismo con la siguiente idea errónea: «no existe una relación causa-efecto entre lo que se elige no hacer y lo que ocurre debido a dicha omisión», por eso estas personas creen que si eligen «no hacer nada» entonces no tienen nada que ver con lo que ocurre después (las consecuencias de sus omisiones).

Sin embargo, la Realidad es que sí que existe una relación causa-efecto entre las omisiones y lo que ocurre. Por lo tanto es posible elegir hacer daño a otros mediante omisiones, razón por la cual también debemos tener en cuenta las omisiones a la hora de elegir cómo debemos actuar éticamente.[1]

El fin y los medios (kantismo vs utilitarismo)

No es «kantismo versus utilitarismo», como indica el anterior vídeo, sino «dentologismo vs consecuencialismo», pues el kantismo es un tipo de deontologismo y el utilitarismo es un tipo de consecuencialismo. Lo que plantea Max Weber (1864-1920) en el vídeo es consecuencialismo, pues cuando se elige no violar una norma es porque se estiman peores consecuencias violándola.

El deontologismo es consecuencialista

Al reconocer que existe una relación causa-efecto entre lo que se elige no hacer y lo que ocurre debido a dicha omisión, se reconoce que «quedarnos quietos» también puede ser éticamente incorrecto. De esta manera el deontologismo deja de estar separado de las consecuencias y se convierte en consecuencialismo. Por lo tanto debemos elegir hacer el mal menor (a ser posible ninguno), es decir, un fin justo puede justificar medios éticamente incorrectos si mediante ellos se estiman consecuencias menos malas que si no se usan dichos medios. El ejemplo más claro de esto es la defensa ante una agresión.[2]

Por lo tanto la Ética son normas que se deben respetar a priori, pues su cumplimiento depende de las consecuencias estimadas.

Las trampas de los “deontologistas”

Algunos deontologistas no aceptan que el dentologismo se convierte en consecuencialismo y usan la doctrina del doble efecto.[3] La doctrina del doble efecto viene a ser un consecuencialismo disfrazado de purismo que utiliza una supuesta buena intención en las acciones para desentenderse de las consecuencias de éstas cuando conviene, sobretodo para defender la propiedad privada y el capital.

Otros deontologistas, para no reconocer que el deontologismo es consecuencialista, añaden arbitrariamente las excepciones a la norma en parte de la misma norma, para poder decir que «así no violan la norma». Por ejemplo, dicen que «no se debe mentir» sería una norma general, pues tiene un sentido amplio, en cambio, «no se debe mentir, excepto para proteger la vida de un inocente» sería una norma más particular, pero que aspira a ser una norma universal. De esta manera creen que evitan decir que «un fin justo (proteger la vida de un inocente) justifica medios éticamente incorrectos (mentir)». En su ensayo «El prescriptivismo universal», R.M. Hare (1919-2002) usa esta falacia:

No hay que confundir la universalidad con la generalidad (Hare, 1972, pág. 1 ss.). El principio que implica un enunciado de «debe» puede ser muy específico, complejo y detallado, quizás demasiado complejo para expresarlo en palabras. No tiene que ser muy general y simple. Por ello, las críticas a la universalizabilidad, según las cuales nos hace esclavos de reglas muy simples, no dan en el blanco. Por poner un ejemplo que causó problemas a Kant: mis principios morales no tienen que ser tan generales como «nunca digas mentiras»; pueden ser más específicos, como «nunca digas mentiras excepto cuando es necesario para salvar una vida inocente, y excepto cuando …, y excepto cuando …» (Kant, 1797).   (Hare, 1995)

Sin embargo, las excepciones deben estar éticamente justificadas. No es suficiente con añadir una excepción y decir que «es una norma universal». Por ejemplo, la norma «no se debe matar a los demás, excepto si te caen mal», no está fundamentada en nada por sí misma, aunque alguien la quisiera pasar por norma «universal». Es arbitrario añadir a una norma universal sólo las excepciones que uno quiera, pues las excepciones no dependen de las creencias de cada uno.

Por lo tanto podemos concluir que la Realidad es que un fin justo puede justificar usar medios éticamente incorrectos si se estiman consecuencias menos malas que no usándolos. Por ejemplo, para proteger la vida de un inocente puede estar justificado mentir, agredir y lo que haga falta, lo importante es que las consecuencias sean menos malas que «no haciendo nada».

La Regla de Oro de la Ética

La Regla de Oro de la Ética es «A priori, los intereses no deben ser frustrados».[4] Esta es la norma deontologista esencial, pero el «A priori» permite que tenga en cuenta las consecuencias estimadas, es decir, la convierte en una norma consecuencialista.

Regla de Oro de la Ética

La Regla de Oro se convierte en el objetivo a alcanzar: un mundo ético, es decir, un mundo en el que los intereses no sean frustrados. Para avanzar hacia un mundo ético, en el que los intereses de los seres sintientes no sean frustrados, debemos practicar el veganismo.