Matadero (Gail A. Eisnitz, diciembre 1997)

A continuación compartimos algunas de las declaraciones de trabajadores de mataderos de EEUU tomadas del libro Slaughterhouse: Slaughterhouse: The Shocking Story of Greed, Neglect, and Inhumane Treatment Inside the U.S. Meat Industry (Matadero: La estremecedora historia de la codicia, la negligencia, y el trato inhumano dentro de la industria de la carne en EE.UU.) de Gail Eisnitz. Traducción de Jazmín Monardes.

«He visto cómo los empleados encargados de aturdirlos cogían su arma, un palo del largo de un bastón de hockey, y se la metían por el ano… lo he visto hacer a cerdos y a vacas… También vi cómo se la metían en los ojos, en lo oídos, o por la boca y la garganta… Así los llevaban a donde les tocaba, mientras lo animales chillaban desesperados.

Los cerdos se estresan con facilidad. Si los agobias demasiado pueden llegar a sufrir ataques cardiacos. Si le das un pinchazo a un cerdo y se caga y tiene un ataque cardiaco o, simplemente, rehúsa moverse, tomas un gancho de la carne y se lo metes por el ano para engancharlo. Después lo arrastras, vivo, y muchas veces el gancho desgarra el esfínter del animal. He visto lechones totalmente destripados. También suele verse cómo se les sales los intestinos. Si el cerdo sufre el colapso en uno de los extremos de la rampa transportadora le encajas el gancho en la mejilla y lo arrastras para quitarlo de allí.

También puedes metérselo por la boca y engancharlo por el paladar, y aún siguen vivos.

En la planta donde son sacrificados, los cerdos se me acercaban y me frotaban el hocico contra las piernas, como si fueran cachorros. Después debía matarlos dándoles un golpe con una barra de hierro.

Después, estos cerdos se suben a donde se encuentran los tanques de escaldado. A veces patean tanto que echan en agua fuera del tanque. Pero hay un brazo rotativo que se encarga de hundirlos, por lo que no les queda oportunidad alguna de escapar. No sé si algunos llegan a morir antes de caer al agua, pero siempre tardan un par de minutos antes de dejar de moverse.

A veces los engancho por el oído y la punta del garfio sale por su ojo. Y no sólo le saco el ojo, sino que cojo el gancho sobre su cabeza, y lo muevo hacia un extremo y otro.

Pero si no has conseguido matarlo, le seccionas la tráquea de manera que se ahogue en su propia sangre. Le arrancas las narices. En estas condiciones, algunos aún corren en el pozo o en el corral. Una vez, un cerdo corrió hasta que me vio y se acercó, mirándome. Yo saqué mi navaja y le arranqué el ojo mientras seguía allí sentado. El cerdo sólo gritó.

Podría describirles escenas horrorosas… sobre animales con su cabeza atrapada bajo los grandes portones, y la única manera de sacarlos de allí es decapitándolos mientras aún están vivos.

Los golpean o los pinchan con lo que tengan a mano. Hay quien ha roto tres ganchos en poco tiempo, sólo pinchándolos. Da igual si le enganchas los ojos, la cabeza o las patas. Hay quien los engancha con tal fuerza que arranca las manijas de madera. Y después de esto, los matan a palos golpeándolos en la espalda.

He visto animales desarticulados, aplastados, empalados o desollados vivos. Es demasiado para poder contarlo, y demasiado para recordarlo. Es sólo un proceso que funciona continuamente. He visto terneras amarradas con grilletes, mirando a su alrededor antes de ser apaleadas. He visto cerdos que se suponía que deberían estar inconscientes, colgados de los rieles transportadores por las patas traseras, conscientes. He visto cerdos en las piletas de escaldado, nadando, tratando de salir.

He visto tipos metiéndole palos de escoba por el ano y removiéndoselos dentro.

He drogado vacas hasta que veía cómo se les rompían los huesos, mientras aún seguían vivas. Después las llevaba a un rincón de la cuadra dejándolas frente al portón de entrada, hasta que les tocaba el turno de que las colgaran, les abrieran la piel y la sangre comenzara a derramarse sobre el acero y el cemento. Les rompíamos las patas… mientras gritaban con la lengua afuera. Entonces tirábamos de sus cabezas, hasta que el cuello se rompía.

Una vez cogí mi cuchillo, un cuchillo muy afilado, y fui cortando en rodajas el hocico de un cerdo, como si se tratase de una pieza de mortadela o algo así. Durante unos segundos el cerdo se volvió loco. Después se quedó quieto, sentado con un gesto estúpido. Entonces tomé un puñado de sal gruesa y se lo eché en la herida. Entonces se volvió realmente loco, frotando el hocico contra todo lo que podía. Yo, que tenía guantes de goma, aún llevaba un puñado de sal en la mano, y se la metí por el ano al animal. El pobre cerdo no sabía dónde tenía la cabeza y dónde tenía el trasero.

Nadie sabe quien es el responsable de evitar los abusos en las granjas industriales. El U.S. Department of Agriculture, USDA (Departamento de Agricultura de Estados Unidos), parecía que no lo fuera.»

Fuente: Fotolog.com – Por qué soy vegana

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