Coronavirus y sanidad pública, ¿quién debe morir?

Coronavirus y sanidad pública, ¿quién debe morir?

Un dilema derechista: ¿quién debe morir?

La sanidad pública de España, debilitada tras décadas de políticas derechistas, se enfrenta a la pandemia mundial del coronavirus SARS-CoV-2, que produce una neumonía llamada COVID-19. SARS-CoV-2 es el séptimo coronavirus que salta de animales no humanos a humanos, pero decenas de coronavirus y de otros virus y bacterias están esperando el momento para saltar a algún criador o explotador de aves, cerdos, vacas, etc., lo cual generará una nueva pandemia. Respetar a los demás mediante el veganismo es nuestro deber ético, pero además reduce drásticamente muchas enfermedades que padecen los humanos y reduce la posibilidad de que aparezcan nuevas pandemias.

La derecha contra la sanidad publica

A continuación me referiré a la sanidad pública para humanos, pero lo mismo es aplicable a una futura sanidad pública para quienes pertenecen a otras especies animales.

Cada año, las políticas derechistas, sobretodo liberales, reducen (o no aumentan) el presupuesto dedicado a la sanidad pública de España. Las consecuencias de dicha reducción de presupuesto han sido la reducción del número de funcionarios de la salud, y un insuficiente material médico. Dicho desmantelamiento de la sanidad pública aumenta el número de españoles en lista de espera de los hospitales (ver más datos).

lista de espera sanidad pública

Número de españoles esperando ser operados

Dias de espera operaciones y especialista sanidad pública

Días de espera para cita con especialista y para ser operado en España

La existencia de una lista de espera en los hospitales públicos beneficia a las clínicas privadas, pues quienes tienen dinero se pueden permitir pagar para no tener que esperar. En cambio, quienes permanecen en la lista de espera empeoran su estado de salud, llegando a morir. Estas muertes son asesinatos por omisión, un tipo de asesinatos que no son condenados por el derechismo político, sino promovidos por éste para hacer más ricos a los ricos. También están haciéndose ricos a costa de la salud de gatos, perros, etc. mediante precios abusivos en clínicas veterinarias.

Si el presupuesto de la sanidad pública fuera el que debe ser entonces no existirían listas de espera y el material médico sería abundante y de la máxima calidad, tal y como merece el derecho ético a la salud y a la vida de los ciudadanos. Pero sin listas de espera, y con una sanidad pública de calidad, la existencia de clínicas privadas perdería su sentido de existencia, quedando ésta relegada a cuestiones médicas secundarias.

Respecto a lo anterior, se publicaba en el diario digital «El Periódico de Extremadura» un artículo de opinión titulado «¿Quién debe morir?», cuyo autor es Víctor Bermúdez, profesor de Filosofía. Quiero comentar dicho artículo.

¿Quién debe morir?

El artículo comienza planteando el dilema de, con recursos médicos limitados, tener que elegir a quienes salvar la vida y, en consecuencia, elegir que otros mueran: «¿Qué debemos hacer cuando hay más enfermos graves que respiradores, más personas necesitadas de trasplante que órganos disponibles, más náufragos ahogándose que flotadores o espacio en el bote de salvamento…? ¿Cómo decidimos en todos esos casos quién vive y quién muere?». Preguntar a qué pacientes debemos dejar morir por falta de medios sanitarios es un dilema que sólo es posible plantearse en regímenes derechistas, pues estos rechazan el derecho ético a la salud y a la vida de sus ciudadanos, por eso no protegen a los ciudadanos con la sanidad pública que deberían.

Víctor Bermúdez comenta correctamente que existen humanos que evitan afrontar el dilema de tener que elegir a quienes salvar la vida y a quienes asesinar por omisión. Es comprensible, pues es duro aceptar que vivimos en sociedades psicópatas en las que podemos enfrentarnos a dicho dilema ético.

Seguidamente, Bermúdez comenta que: «¿Qué hacer entonces? Algunos, imbuidos de una moral kantiana, arguyen que dejar morir a una persona inocente es siempre y en toda circunstancia un crimen execrable. Los principios morales merecen –según ellos– un respeto absoluto, incondicional, sean cuales sean las consecuencias que devengan de su aplicación (justo en esto consiste –dicen– actuar moralmente). Dicho de otro modo: el fin nunca justifica los medios; menos aún si el «medio» es un ser humano. ¿Que esto supone que mueran más personas? Como si morimos todos. La dignidad y la justicia están por encima de todo». No es cierto que la ética «deontológica» kantiana se preocupe por las omisiones. Lo explico a continuación.

El «deontologismo»(1) dice que «un fin ético nunca justifica usar medios éticamente incorrectos», nunca. Dicha idea es la esencia de toda ética deontologista, incluida la ética deontológica de Kant. Si dicha idea se aplica coherentemente entonces no debemos hacer algo éticamente incorrecto a los demás como medio para lograr un fin ético. Por ejemplo, según dicha idea, no debemos mentir para intentar que no asesinen a alguien, y ni siquiera debemos agredir a alguien con la finalidad de evitar que agreda.

Lo dicho ocurre porque el deontologismo no reconoce que existe una relación causa-efecto entre lo que se elige no hacer y lo que ocurre debido a dicha omisión.[1] El deontologismo cree erróneamente que si «no hacemos nada» entonces no estamos participando en lo que ocurre, por eso cree que si «no hacemos nada» entonces no participamos en una agresión, o en la muerte de una persona. Por lo tanto, el deontologismo kantiano no dice que «dejar morir a una persona inocente es siempre y en toda circunstancia un crimen execrable», sino que considera que «no haciendo nada» no tenemos nada que ver con las consecuencias (con lo que ocurre), incluido «no hacer nada» por una persona inocente que va a morir si no la prestamos auxilio. Esta idea asesina forma parte de la legislación derechista de EEUU, donde la omisión de socorro no es delito.

omisión de socorro en EEUU

En EEUU omitir socorro no es delito porque la derecha rechaza el derecho ético a la salud y a la vida

En cambio, el consecuencialismo dice que «un fin ético puede justificar usar medios éticamente incorrectos si se estiman consecuencias menos malas que no usándolos». A esta idea también se la conoce como teoría del mal menor. El utilitarismo es un tipo de consecuencialismo, pero existen otros.

Bermúdez dice que el utilitarismo (yo hablaré del consecuencialismo en general) genera dudas, por ejemplo, ¿cómo valorar la vida humana? Como vemos, Bermúdez excluye la valoración de la vida de quienes pertenecen a otras especies, razón por la cual su análisis es especista.[2]

Como sabemos, el deber se origina en los intereses que todos los sujetos tenemos, no sólo de los intereses de humanos. Al universalizar el deber que todos quieren imponer inferimos lógicamente la Regla de Oro de la Ética: A priori, los intereses no deben ser frustrados.[3] Eso incluye el interés de no morir por COVID-19.

Bermudez reconoce que la vida de los humanos no vale lo mismo, esto es correcto, pero extensible a sujetos de otras especies. Sin embargo, Bermudez pregunta sobre cuál es el criterio correcto para valorar la vida de los sujetos: «¿Valen en esto criterios puramente cuantitativos (edad, esperanza de vida)? ¿O deberíamos acudir a criterios cualitativos (la capacidad para disfrutar, lo que aporta socialmente una persona…)? ¿No podría suponer más beneficio para todos salvar a un científico competente –un gran oncólogo, por ejemplo–, o a un artista genial, aunque fueran ya viejos, que a un joven burócrata sin aspiraciones?».

En mi artículo sobre el valor de las vidas respondo a cuál es el criterio correcto para valorar objetivamente la vida de los sujetos.[4] En él, explico que debemos descartar la valoración subjetiva porque no tiene que ver con la Ética (imparcialidad), sino con simpatías, admiración, amor, o en definitiva con gustos personales que pertenecen a la esfera privada, no a la esfera pública.

En cambio, como explico en dicho artículo, la valoración objetiva es aquella en la que se valoran las vidas de los sujetos usando un criterio ajeno a nuestros gustos personales: edad, esperanza de vida, capacidad de disfrutar, lo que aporta socialmente una persona, etc. Pero, entre todos los posibles criterios objetivos debemos preguntarnos: ¿cuál de ellos es el criterio correcto?… Si bien algunos filósofos han planteado usar como criterio principal el «futurismo», el «disfrutacionismo», u otros criterios, el hecho es que el criterio objetivo correcto para valorar las vidas de los sujetos es el eticismo: «las consecuencias estimadas que la existencia de dicho sujeto tiene para el avance hacia un mundo ético».

Finalmente, Bermudez comenta otro supuesto problema del consecuencialismo (utilitarismo, EBR, etc.): «la dificultad de calcular las consecuencias a largo plazo de nuestras decisiones». Si bien es cierto que nuestras estimaciones son más imprecisas cuanto más a largo plazo son, también es cierto que nuestras estimaciones son más precisas cuanto más a corto plazo son. Entonces, la normalización en el uso de criterios consecuencialistas en hospitales conduce a salvar el mayor número de vidas, y eso se consigue aumentando los recursos sanitarios para que no existan listas de espera en la sanidad pública ni escasez de recursos, así evitaremos preguntarnos: ¿quién debe morir?

Notas

(1) Pongo «deontologismo» entrecomillado porque lo que actualmente se entiende como «deontologismo» no es tal debido a que no reconoce que existe una relación causa-efecto entre lo que se elige no hacer y lo que ocurre debido a dicha omisión. Si el deontologismo reconoce dicha relación causa-efecto entonces reconoce la teoría del mal menor, es decir, el «deontologismo» acepta la Realidad y se convierte en consecuencialismo.