(Volver a «Los animales no piensan, no tienen inteligencia, no razonan»)
En la cultura común prevalece la idea de que el alma hace la diferencia entre seres importantes y seres moralmente insignificantes. El alma, por muy difusa que sea su definición, es propia de los seres racionales. Durante la conquista de América se llegó a discutir si los indios tenían alma o no. Si no la tenían, su exterminio podía llevarse al cabo sin restricciones.
Este raciocentrismo es, creo yo, una extensión del antropocentrismo, y de hecho confirma una relación de fuerzas basada en la poderosa arma de la racionalidad instrumental. Pero, según esta visión, no sólo existe la razón de la fuerza sino también la fuerza de la razón. Es decir, conviene tomar en serio la argumentación que pone una frontera entre los seres racionales y los seres irracionales; una argumentación que, para quedar desmentida, requiere una crítica racional.
La esencia del planteamiento de Kant, de hecho, permitiría el maltrato de bebés o de dementes, seres tan poco racionales como los animales. Y, como tantas veces ocurre, Kant se ve obligado a desarrollar una argumentación secundaria para desactivar las implicaciones intuitivamente aberrantes de sus conclusiones. En el caso de los animales, concede -hoy diríamos que muy pragmáticamente- que no conviene maltratarlos porque esto, de una forma u otra, facilita el maltrato de los seres humanos. La idea es, aproximadamente, que el carnicero acaba siendo mala persona. Un periodista apreciado y apreciable como Joan Barril se pronuncia en contra de las corridas de toros basándose precisamente en este criterio: los toros, dice, no tienen derechos en absoluto, pero el espectáculo cruel del toreo degrada al ser humano, daña su moralidad.
La confusión moral de fondo se basa en la falsa simetría entre agente moral y paciente moral, como, a mi entender queda bastante patente en el pensamiento de Kant.
Los pacientes morales son tal cosa -y esto perciben los defensores de los derechos de los animales (igual que los padres de los bebés, evidentemente tan gritones como irracionales)- por su sensibilidad y no por su racionalidad. Por supuesto, el ser humano tiene una capacidad de conducta moral por su condición racional, que le permite codeterminar sus actos en función de objetivos no meramente espontáneos ni interesados. Esta posibilidad no se da en los animales regidos por sus instintos (nos parezcan buenos o malos). Pero, por supuesto también, es la naturaleza sensible, vulnerable, necesitada… del ser humano lo que requiere respuesta moral. Y esto lo compartimos con otras especies.
En resumen, en el ser humano se da la condición de agente moral y paciente moral a la vez. En el caso de los animales, tachar lo primero no permite tachar lo segundo. Los animales necesitan ser pacientes morales también. Como los bebés. Como los dementes. Como cualquier ser irracional pero sensible.
Autor: Miguel Schafschetzy
Doctor en Filosofía
Fuente: animanaturalis.org – Razón y entidad moral
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